lunes, 25 de enero de 2016

Los moriscos: vida material de una minoria en el siglo XVI



El musulmán y el cristiano convivían desde hace mucho tiempo en España y se trataban de igual a igual, pero a partir de la conquista de Granada, los musulmanes que vivían en España eran los vencidos y, aunque en un primer momento tenían sus derechos legales, en la vida cotidiana la presión de los vencedores fue cada vez más fuerte, hasta poner en tela de juicio la existencia del grupo minoritario. Se les impide moverse de un territorio que no sea el asignado, les y tratan igual que a los siervos de la gleba; se les prohíbe habitar a menos de 12 kilómetros de la costa; se les vedan practicar determinados oficios y usar ciertas vestimentas, así como llevar a cabo ritos coránicos; se prohíben ciertos bailes y cánticos, poseer o leer libros islámicos, enseñar o hablar árabe. Se tapian las puertas de las casas moriscas, se borran las inscripciones arábigas incluso las de los sepulcros, se queman los libros islámicos y el Corán. Los vencedores tienen ganas de expoliar a los vencidos. Los mudéjares de la Corona de Castilla llevaban una vida sin historia, bajo la protección real en los barrios que les habían sido asignados. Estaban obligados a llevar distintivos especiales en sus vestidos. A pesar de esto, no se veía ningún indicio de conversión.
Los moriscos, obligados a lo conversión al cristianismo, no lo hacen realmente, porque siguen con sus prácticas islámicas, aunque de ellas conservan pocas y las realizaban en la clandestinidad. Todo esto significó el paso de la alteridad a la unidad.
  
Los moriscos no pertenecían a la sociedad estamental que los circundaba y no sólo por motivos ideológicos y políticos, sino porque la separaban de ella profundas diferencias orgánicas. El clero nunca fue una clase bien diferenciada dentro del Islam; tampoco podemos hablar de nobleza. No había, pues, una jerarquía reconocida, privilegios legales ni vínculos de dependencia. Casi los únicos criterios de diferenciación eran la riqueza y las profesiones. Podríamos llamarla una sociedad clasista, si el conjunto no estuviera tan degradado y oprimido, de manera que no podía haber verdadera contraposición de clases. La pequeña burguesía, que constituía su nivel más alto, estaba sometida a la mayoría cristiana vieja. Es posible que en el seno de la masa morisca hubiera tensiones y luchas de intereses, pero la oposición morisco-cristiano viejo era tan fuerte, tan fundamental, que relegaba a la sombra a cualquier otra y tendía a considerar al conjunto morisco como una unidad, a pesar de sus diferencias internas.
No se puede hablar de los moriscos como un todo homogéneo, pues había diferencias regionales y locales importantes. Los moriscos desterrados del reino granadino se dedicaron en gran proporción al comercio y al transporte. En cambio en la Corona de Aragón, sobre todo en Zaragoza y Valencia, en las que formaban masas de población, encontramos todas las profesiones necesarias a la vida social, incluso núcleos burgueses. Entre las profesiones que desempeñaban encontramos que los moriscos zaragozanos trabajaban como herreros, albañiles, ceramistas, carpinteros, vendedores de vino y aceite, cultivaban las huertas, tenían las mejores tiendas de comestibles o se dedicaban a la trajinería y llevaban mercancías de un punto a otro. Entre los oficios mecánicos nos encontramos los de calderero, alpargatero, jabonero, tejedor, sastre, soguero, espartero, ollero, zapatero, revendedores; los cristianos viejos calificaban estas profesiones y trabajos como de poco esfuerzo, lo que hacía pensar a la opinión públicos que estos eran unos holgazanes, pero realmente ellos constituían la gran base económica del país.

Los moriscos valencianos no podían trabajar fuera de los señoríos, pues estaban exprimidos y oprimidos por sus señores; debían contentarse con un nivel mínimo de subsistencia, ya que todo lo que ganaran de más sólo serviría para enriquecer al señor. También en el Reino de Valencia el morisco, además de agricultor, era guarda de las heredades contra los merodeadores y pastores, oficio adecuado para atraerse antipatías, como también se las proporcionaba el hecho frecuente de que los moriscos sin tierra o con parcelas insuficientes alquilaban sus brazos más baratos que los cristianos.
En cuanto a la distribución sectorial, había un predominio absoluto del sector primario, reducido a la agricultura pues el morisco no era pescador ni pastor; el sector secundario era básicamente artesano y el sector terciario tenía pobre representación de los estratos superiores, mientras que aparecen abundantemente representados el pequeño comercio y el transporte.
El morisco hortelano se convirtió en un tópico. Había agricultores de secano, pero el regadío era donde desplegaban todas sus facultades de paciencias, destreza y laboriosidad. El vocabulario del regadío, actualmente, es árabe y el origen de muchas plantas cultivadas es oriental, como el arroz, la naranja y la caña de azúcar. El alto nivel técnico y los altos rendimientos de la agricultura morisca no volvieron a alcanzarse antes de la revolución científica, en siglo XX, y en otras condiciones. Los moriscos tienen la necesidad de practicar un agricultura intensiva para hacer frente a las necesidades de una población densa y de una explotación económica que les obliga a sacar el máximo rendimiento al suelo.

En el siglo XVI cobró gran importancia el anhelo de alcanzar la limpieza de sangre y de oficios, sucedáneos para las clases bajas de lo que para las altas era la nobleza de sangre y del mismo modo el ansia universal de honor que fue característica de la España áurea. Toledo fue el foco principal de la limpieza de sangre; en ciudades como Sevilla y Valencia, donde había muchos esclavos y moriscos, se introdujeron restricciones contra ambas categorías en sus ordenanzas gremiales, por lo menos en las de aquellas profesiones que pretendían mantener un rango social elevado, como boticarios, plateros corredores de lonja.
En el siglo XVII estas cláusulas se generalizaron a muchos gremios y poblaciones, aunque más bien como tributo formal a una psicosis colectiva del honor basado en la limpieza de sangre. Su eficacia no sería mucha porque no se practicaban pruebas rigurosas que eran difíciles y costosas.
Dentro de la variedad profesional, había ciertas actividades preferidas, entre ellas las relacionadas con la construcción, en la que los empleados gozaban de una tolerancia que era quizás un homenaje a su maestría. La mayoría eran anónimos carpinteros, albañiles, yeseros, azulejeros, rejeros, etc.; el trabajo de los metales, de la piel, del esparto era realizado por muchos moriscos y mudéjares.
El oficio de artificiero, fabricante de fuegos artificiales, también parece que fue muy típica de moriscos, y no debe ser casualidad que en Granada, Valencia y Murcia se haya conservado esta tradición.

La progresiva degradación de la minoría morisca se manifestó también en un bajo nivel de cultura; si entre los cristianos viejos el analfabetismo era mayoritario, podemos imaginarnos el grado que alcanzaría entre los moriscos. Sin embargo, hubo una clase intelectual desenvolviéndose en las condiciones más precarias, médicos, escribanos y boticarios, es decir, elementos de una modesta burguesía intelectual. La sociedad cristiana, en vez de favorecer, contrariaba el desarrollo de esta modestísima clase media intelectual. Las ordenanzas profesionales actuaban en este sentido con más fuerza aún que en las referentes a los gremios manuales.
También los musulmanes tuvieron una antigua y gloriosa escuela médica y, aunque en un grado muy inferior, también su ciencia conquistó adeptos entre la población cristiana. La Inquisición sospechaba, por principio, que en las curaciones que efectuaban intervenía un pacto diabólico, y este fue el fundamento de numerosos procesos. De origen religioso era también el argumento de que el médico morisco no atendería ala salud del alma. Incluso atentaba contra ella practicando la circuncisión; lo cual también valía contra las parteras moriscas, cuya actuación fue por ello prohibida. Los moriscos no se formaban en las Universidades, sino a través de una formación tradicional nada despreciable, por lo tanto se les consideraba como simples curanderos, como intrusos. Normalmente, el morisco atendía a las clases pobres; las clases altas preferían al médico titulado, al cristiano viejo.
Hay una relación evidente entre los niveles socio-profesionales y la capacidad económica. Las profesiones a las que se dedicaban, los moriscos no podían tener un elevado nivel de vida medio de una minoría que tenía cerrado el acceso a las actividades más productivas, que se componían en su mayor parte de pobres sirvientes, modestos labradores y tenderos y en la que sólo algunos accedían a una auténtica burguesía.

La expulsión marcó un retroceso que luego fue recuperado; no hubo ruptura de continuidad gracias a los moriscos que permanecieron, con la interesada complicidad de los dueños, y a los cristianos viejos iniciados en este tipo de explotación. La situación económica más deprimida era la de los moriscos valencianos y aragoneses, casi todos campesinos, y además sujetos en muy alta proporción a las exacciones señoriales. Más alto nivel tenían los mudéjares castellanos y, sobre todo, los moriscos granadinos, tanto la minoría que consiguió quedarse en su lugar de origen como la masa que se desparramó por Castilla y que, en no pocos casos, consiguió sobreponerse a las duras circunstancias y conquistar cierto bienestar económico. Hay que desechar, pues, el tópico del morisco carente de los más necesario para vivir; por el contrario, poseían hornos, molinos de harina y aceite, tierras de secano y de regadío, viñas, huertas, olivares y moreras... Los simples aparceros estaban en minoría.

 En mi opinion, hemos podido ver que los moriscos estaban mas arraigados a la sociedad de lo que pensaba y formaban una parte importante de la misma.

Conferencia realizada en la universidad de Valencia por Eugenio Ciscar Pallarés.

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