El musulmán y el cristiano convivían desde
hace mucho tiempo en España y se trataban de igual a igual, pero a partir de la
conquista de Granada, los musulmanes que vivían en España eran los vencidos y,
aunque en un primer momento tenían sus derechos legales, en la vida cotidiana
la presión de los vencedores fue cada vez más fuerte, hasta poner en tela de
juicio la existencia del grupo minoritario. Se les impide moverse de un territorio que no sea el asignado, les y
tratan igual que a los siervos de la gleba; se les prohíbe habitar a menos de
12 kilómetros de la costa; se les vedan practicar determinados oficios y usar
ciertas vestimentas, así como llevar a cabo ritos coránicos; se prohíben
ciertos bailes y cánticos, poseer o leer libros islámicos, enseñar o hablar
árabe. Se tapian las puertas de las casas moriscas, se borran las inscripciones
arábigas incluso las de los sepulcros, se queman los libros islámicos y el
Corán. Los vencedores tienen ganas de expoliar a los vencidos. Los mudéjares de
la Corona de Castilla llevaban una vida sin historia, bajo la protección real
en los barrios que les habían sido asignados. Estaban obligados a llevar
distintivos especiales en sus vestidos. A pesar de esto, no se veía ningún
indicio de conversión.
Los moriscos, obligados a lo conversión al cristianismo, no lo hacen
realmente, porque siguen con sus prácticas islámicas, aunque de ellas conservan
pocas y las realizaban en la clandestinidad. Todo esto significó el paso de la
alteridad a la unidad.
Los moriscos no pertenecían a la sociedad
estamental que los circundaba y no sólo por motivos ideológicos y políticos,
sino porque la separaban de ella profundas diferencias orgánicas. El clero
nunca fue una clase bien diferenciada dentro del Islam; tampoco podemos hablar
de nobleza. No había, pues, una jerarquía reconocida, privilegios legales ni
vínculos de dependencia. Casi los únicos criterios de diferenciación eran la
riqueza y las profesiones. Podríamos llamarla una sociedad clasista, si el
conjunto no estuviera tan degradado y oprimido, de manera que no podía haber
verdadera contraposición de clases. La pequeña burguesía, que constituía su
nivel más alto, estaba sometida a la mayoría cristiana vieja. Es posible que en
el seno de la masa morisca hubiera tensiones y luchas de intereses, pero la
oposición morisco-cristiano viejo era tan fuerte, tan fundamental, que relegaba
a la sombra a cualquier otra y tendía a considerar al conjunto morisco como una
unidad, a pesar de sus diferencias internas.
No se puede hablar de los moriscos como un
todo homogéneo, pues había diferencias regionales y locales importantes. Los
moriscos desterrados del reino granadino se dedicaron en gran proporción al
comercio y al transporte. En cambio en la Corona de Aragón, sobre todo en
Zaragoza y Valencia, en las que formaban masas de población, encontramos todas
las profesiones necesarias a la vida social, incluso núcleos burgueses. Entre
las profesiones que desempeñaban encontramos que los moriscos zaragozanos
trabajaban como herreros, albañiles, ceramistas, carpinteros, vendedores de
vino y aceite, cultivaban las huertas, tenían las mejores tiendas de
comestibles o se dedicaban a la trajinería y llevaban mercancías de un punto a
otro. Entre los oficios mecánicos nos encontramos los de calderero,
alpargatero, jabonero, tejedor, sastre, soguero, espartero, ollero, zapatero,
revendedores; los cristianos viejos calificaban estas profesiones y trabajos
como de poco esfuerzo, lo que hacía pensar a la opinión públicos que estos eran
unos holgazanes, pero realmente ellos constituían la gran base económica del
país.
Los moriscos valencianos no podían
trabajar fuera de los señoríos, pues estaban exprimidos y oprimidos por sus
señores; debían contentarse con un nivel mínimo de subsistencia, ya que todo lo
que ganaran de más sólo serviría para enriquecer al señor. También en el Reino
de Valencia el morisco, además de agricultor, era guarda de las heredades
contra los merodeadores y pastores, oficio adecuado para atraerse antipatías,
como también se las proporcionaba el hecho frecuente de que los moriscos sin
tierra o con parcelas insuficientes alquilaban sus brazos más baratos que los
cristianos.
En cuanto a la distribución sectorial,
había un predominio absoluto del sector primario, reducido a la agricultura
pues el morisco no era pescador ni pastor; el sector secundario era básicamente
artesano y el sector terciario tenía pobre representación de los estratos
superiores, mientras que aparecen abundantemente representados el pequeño
comercio y el transporte.
El morisco hortelano se convirtió en un
tópico. Había agricultores de secano, pero el regadío era donde desplegaban
todas sus facultades de paciencias, destreza y laboriosidad. El vocabulario del
regadío, actualmente, es árabe y el origen de muchas plantas cultivadas es
oriental, como el arroz, la naranja y la caña de azúcar. El alto nivel técnico
y los altos rendimientos de la agricultura morisca no volvieron a alcanzarse
antes de la revolución científica, en siglo XX, y en otras condiciones. Los
moriscos tienen la necesidad de practicar un agricultura intensiva para hacer
frente a las necesidades de una población densa y de una explotación económica
que les obliga a sacar el máximo rendimiento al suelo.
En el siglo XVI cobró gran importancia el
anhelo de alcanzar la limpieza de sangre y de oficios, sucedáneos para
las clases bajas de lo que para las altas era la nobleza de sangre y del mismo
modo el ansia universal de honor que fue característica de la España
áurea. Toledo fue el foco principal de la limpieza de sangre; en ciudades como
Sevilla y Valencia, donde había muchos esclavos y moriscos, se introdujeron
restricciones contra ambas categorías en sus ordenanzas gremiales, por lo menos
en las de aquellas profesiones que pretendían mantener un rango social elevado,
como boticarios, plateros corredores de lonja.
En el siglo XVII estas cláusulas se
generalizaron a muchos gremios y poblaciones, aunque más bien como tributo
formal a una psicosis colectiva del honor basado en la limpieza de sangre. Su
eficacia no sería mucha porque no se practicaban pruebas rigurosas que eran
difíciles y costosas.
Dentro de la variedad profesional, había
ciertas actividades preferidas, entre ellas las relacionadas con la
construcción, en la que los empleados gozaban de una tolerancia que era quizás
un homenaje a su maestría. La mayoría eran anónimos carpinteros, albañiles,
yeseros, azulejeros, rejeros, etc.; el trabajo de los metales, de la piel, del
esparto era realizado por muchos moriscos y mudéjares.
El oficio de artificiero, fabricante de
fuegos artificiales, también parece que fue muy típica de moriscos, y no debe
ser casualidad que en Granada, Valencia y Murcia se haya conservado esta
tradición.
La progresiva degradación de la minoría
morisca se manifestó también en un bajo nivel de cultura; si entre los
cristianos viejos el analfabetismo era mayoritario, podemos imaginarnos el
grado que alcanzaría entre los moriscos. Sin embargo, hubo una clase intelectual
desenvolviéndose en las condiciones más precarias, médicos, escribanos y
boticarios, es decir, elementos de una modesta burguesía intelectual. La
sociedad cristiana, en vez de favorecer, contrariaba el desarrollo de esta
modestísima clase media intelectual. Las ordenanzas profesionales actuaban en
este sentido con más fuerza aún que en las referentes a los gremios manuales.
También los musulmanes tuvieron una
antigua y gloriosa escuela médica y, aunque en un grado muy inferior, también
su ciencia conquistó adeptos entre la población cristiana. La Inquisición
sospechaba, por principio, que en las curaciones que efectuaban intervenía un
pacto diabólico, y este fue el fundamento de numerosos procesos. De origen
religioso era también el argumento de que el médico morisco no atendería ala
salud del alma. Incluso atentaba contra ella practicando la circuncisión; lo
cual también valía contra las parteras moriscas, cuya actuación fue por ello
prohibida. Los moriscos no se formaban en las Universidades, sino a través de
una formación tradicional nada despreciable, por lo tanto se les consideraba
como simples curanderos, como intrusos. Normalmente, el morisco atendía a las
clases pobres; las clases altas preferían al médico titulado, al cristiano
viejo.
Hay una relación evidente entre los
niveles socio-profesionales y la capacidad económica. Las profesiones a las que
se dedicaban, los moriscos no podían tener un elevado nivel de vida medio de
una minoría que tenía cerrado el acceso a las actividades más productivas, que
se componían en su mayor parte de pobres sirvientes, modestos labradores y
tenderos y en la que sólo algunos accedían a una auténtica burguesía.
La expulsión marcó un retroceso que luego
fue recuperado; no hubo ruptura de continuidad gracias a los moriscos que
permanecieron, con la interesada complicidad de los dueños, y a los cristianos
viejos iniciados en este tipo de explotación. La situación económica más
deprimida era la de los moriscos valencianos y aragoneses, casi todos
campesinos, y además sujetos en muy alta proporción a las exacciones
señoriales. Más alto nivel tenían los mudéjares castellanos y, sobre todo, los
moriscos granadinos, tanto la minoría que consiguió quedarse en su lugar de
origen como la masa que se desparramó por Castilla y que, en no pocos casos,
consiguió sobreponerse a las duras circunstancias y conquistar cierto bienestar
económico. Hay que desechar, pues, el tópico del morisco carente de los más
necesario para vivir; por el contrario, poseían hornos, molinos de harina y
aceite, tierras de secano y de regadío, viñas, huertas, olivares y moreras...
Los simples aparceros estaban en minoría.
En mi opinion, hemos
podido ver que los moriscos estaban mas arraigados a la sociedad de lo que
pensaba y formaban una parte importante de la misma.
Conferencia realizada en la universidad de Valencia por Eugenio Ciscar Pallarés.
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